
No es posible entender un tiempo anterior a Delibes. No después de que con El camino, con Cinco horas con Mario, con Las ratas, se ganase el derecho a figurar en un lugar privilegiado de las letras castellanas. Profundamente enamorado del idioma, del que conocía cada uno de sus recovecos, forjó con cada uno de sus trabajos una obra difícilmente equiparable con cualquier otra. En 1998, con El hereje, puso punto y final a un camino narrativo que comenzó cincuenta años atrás y con el que consiguió la sincera admiración de un público que llora hoy su pérdida.
Con su muerte desaparece un nombre fundamental para comprender la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. Eso sí, lo hace únicamente la persona. Su obra, en la que laten sus grandes pasiones, como la caza, el mundo rural y un amor incondicional por Castilla, permanecerá viva y dispuesta siempre a acoger a quien se refugie en uno de sus libros.
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