¿Vender el cerdo? Esa idea nunca se barajó en el taller. Aparte de repartir sus productos, lo único que se propuso entre todos y que Pascual esperaba con impaciencia, era una buena merienda con sus colegas de oficio, asando la careta en la caldera de carbón y animando el festín con un buen tinto joven de la ribera. ¡Cuántas veces trabajando se había relamido solo con pensarlo!
-Estoy dispuesta a ofrecerles un buen precio -dijo la chica.
-No es cuestión de precio señorita. Después de estar persiguiendo horas a este marrano por medio Valladolid, esto ya es curestión de principios. Además, el cerdo no es solo nuestro. Es propiedad de todos los compañeros del taller y a ellos también les corresponde la decisión de cambiar su destino.
-Vamos. Piénsenlo un momento
La joven miraba a Martín buscando su apoyo, pero éste volvía a estar pensativo. En su mente seguía resonando el nombre del reo animal: Durruti...y las palabras de la chica: "¿se comería usted a su perro?". La mirada de Martín se había perdido por el camino del parque que desembocaba en la Acera de Recoletos. Por allí se acercaba un hombre con gafas y gorra de visera. Delante de él, con la cabeza muy alta y la lengua fuera, marchaba una perrita cazadora.
Durruti, que hasta entonces había estado completamente absorto en la tarea de degustar los aromáticos caramelos, levantó su hocico y divisó al can.
Durruti, que hasta entonces había estado completamente absorto en la tarea de degustar los aromáticos caramelos, levantó su hocico y divisó al can.
-Fita, Fita, ven aquí.
La perrita en vez de obedecer a su dueño apresuró el paso y se dirigió al banco donde se estaba negociando el futuro del cerdo. La muchacha sonrió al reconocer en él a su vecino.
-Buenos días don Miguel ¿Cómo se encuentra? Quizá usted, que es tan amante de los animales, pueda ayudarnos a resolver este pequeño dilema.
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